Con elementos realistas y de misterio. La masonería femenina, la lucha de las mujeres por la igualdad y la tradición frente a la modernidad a finales del siglo XIX y principios del XX son algunos de los temas que jalonan este relato.
En el lecho de muerte, María Francisca, miembro de una noble familia de Toledo, clama desesperadamente por sus hijos. La tensión es enorme: nadie de los presentes conocía que la joven hubiera tenido descendencia. Su madre niega sus palabras, pero sus tías no dejarán de preguntarse qué hay de verdad en ellas.
“!Pobre Xisca! Siempre supeditada a los deseos de su madre, siempre callada, como si necesitase el permiso materno para atreverse a respirar. Desde niña vivió oculta en un caparazón que acabó por asfixiarla, una costra de silencio que aumentaba en capas superpuestas a medida que ella crecía, cada año una capa más, como los roncos de los árboles. Inmóvil, incapaz de rebelarse contra un destino que la ataba a sus raíces y tiraba de ella hacia el centro de la Tierra. Enterrada en aquel caserón cuyos dormitorios Mariana se había empeñado en mantener idénticos a los que dejaron en Manila, en un intento absurdo de conservar el pasado a través de las cosas, con esa obstinación por acomodarse en el tiempo para negarle su capacidad de avanzar. Los mismos muebles, las mismas lámparas, las mismas cortinas pasadas de moda que su madre había llevado de un extremo al otro del mundo.”
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