domingo, 17 de abril de 2011

ANA MARÍA MATUTE

Ana María Matute nace en la Barcelona de 1926. Escribe su primera novela Pequeño Teatro a los 17 años de edad, pero no será publicada hasta once años más tarde tras ser galardonada con el premio Planeta en 1954. En 1949, escribe Luciérnagas que queda semifinalista del Premio Nadal, pero, sin embargo, no pudo ser publicada por la censura.
En 17 de noviembre de 1952, se casa con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea y en 1954 nace su hijo Juan Pablo, al que le ha dedicado gran parte de sus obras infantiles. Se separan en 1963, pero, tal y como eran las leyes españolas, no tenía derecho a ver a su hijo después de la separación, pues su esposo obtuvo la tutela del niño. Este hecho le provocó problemas emocionales.
Fue galardonada con el premio Café Gijón por Fiesta al noroeste 1953 y con el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura por Los hijos muertos (1958). En 1984 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil con la obra Sólo un pie descalzo y doce años más tarde, en 1996 es elegida académica de la Real Academia Española de la Lengua donde ocupa el asiento K y se convierte así en la tercera mujer aceptada dentro de ésta en los últimos trescientos años. En 2007 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas al conjunto de su labor literaria.
Retorna al mundo literario en 2008, tras ocho años de silencio con su novela Paraíso inhabitado.
En noviembre de 2010 se le concede el Premio Cervantes, que le será entregado el próximo 23 de abril.
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/matute/bio.htm


Nací cuando mis padres ya no se querían. Cristina, mi hermana mayor, era por entonces una jovencita displicente, cuya sola mirada me hacía culpable de alguna misteriosa ofensa hacia su persona, que nunca conseguí descifrar. En cuanto a mis hermano Jerónimo y Fabián, gemelos llenos de acné, no me hacían el menor caso. De modo que los primeros años de mi vida fueron bastante solitarios.
Uno de mis recuerdos más lejanos se remonta a la noche en que vi correr al Unicornio que vivía enmarcado en la reproducción de un famoso tapiz. Con asombrosa nitidez, le vi echar a correr y desaparecer enseguida y retomar su lugar; hermoso, blanquísimo y enigmático.
Nunca supe por qué razón el Unicornio había intentado escapar del cuadro y durante mucho tiempo me intrigó, y aun me atemorizó un poco. Por aquellos días yo no debía tener más de cinco años ¬–quizá solo cuatro–, pero ese recuerdo tiene un lugar relevante entre los primeros de mi vida.

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